Discursos LXI-LXXX by Dión de Prusa

Discursos LXI-LXXX by Dión de Prusa

autor:Dión de Prusa [Dión de Prusa]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Filosofía
editor: ePubLibre
publicado: 0105-01-01T00:00:00+00:00


Estos mismos, ante el ataque de un solo hombre[17] que los perseguía, huían a la desbandada, demostrando todos que no eran dignos de él.

28 Más aún, por lo que se refiere a ciertos placeres, de comidas o bebidas o del amor, o en cuanto a la belleza de una mujer o la lozanía de un joven, a pesar de que admire tales cosas, las desee y las juzgue importantes, nunca consideraría felices a los que las poseen, sátrapas, príncipes y, por Zeus, algunos menestrales y criados que se han hecho ricos, los primeros por el ejercicio de su profesión, los segundos sustrayendo los bienes de sus amos. Tampoco se compadecería de sí mismo por su pobreza y por la falta de estos bienes ni se consideraría entre los desafortunados. Por eso, no tendría envidia de aquéllos, ni conspiraría de cualquier manera contra ellos ni rogaría para que se arruinaran.

29 ¿O estaremos de acuerdo en que el hombre noble y magnánimo tiene las mismas pasiones que los perros, los caballos y las demás bestias, que no se pueden contener cuando otros se hartan de comer o copulan, sino que se irritan, se indignan y se enfurecen con los que obtienen esas ventajas, y están dispuestos a atacarse, a morderse, a cornearse y a hacerse la guerra de cualquier forma para conseguir esos placeres? ¿Y vamos a decir que también aquel hombre es así, como que reconocía que esos placeres tienen alguna importancia y juzgaba digno de envidia a Sardanápalo, quien dijo que había pasado la vida en banquetes y orgías con eunucos y mujeres?[18]. ¿Y por eso diremos que envidiaba el hombre aquel la felicidad de los machos cabríos y de los burros?

30 INT. —Pues no tendría nada de piadoso pensar ni siquiera tales cosas sobre el hombre moderado y cultivado.

DIÓN. —Ahora bien, si ni por la fama, ni por las riquezas, ni por los placeres de la comida, la bebida o el amor se considera a sí mismo o a otro feliz, ni cree en absoluto que alguna de estas cosas merece que se luche por ella o es digna de aprecio, no disputaría por ellas ni envidiaría a ninguno de aquéllos en mayor medida que a los que habitan frente al 31 mar, por la arena de sus playas o el rumor y el eco de las olas; ni siquiera, si a alguien le llenara el pliegue del vestido el oro que cayera espontáneamente del cielo, como cuentan que ocurrió en una ocasión a Dánae[19], que estaba custodiada en una cámara de bronce, y de repente le llovió oro de arriba a causa de su belleza; ni si un torrente viniera de algún sitio arrastrando para él oro abundante y a montones a la manera de barro, como, creo yo, dicen que a Creso antiguamente el Pactolo[20], que corría a través de Sardes, le traía dinero real, ingresos y tributos en mayor cantidad que toda la Frigia, la Lidia, los meonios, los misios y todos los que habitan la región interior del río Halis[21].



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